miércoles, 8 de abril de 2015

Columna de Daniel Arroyo en "El cronista comercial"

Argentina, el diálogo, la adolescencia y la madurez


Si una persona dice: en Argentina tenemos este conjunto de problemas por esto, por esto y por esto otro; quien lo escucha no debería tentarse en responderle diciendo: vos que hablás que sos esto, esto y tal cosa.
La respuesta correcta debería ser: ojo, fijate que lo que decís no es así por esto y por esto. O: estás equivocado, te falta analizar tal cosa, no estás tomando en cuenta este dato y este otro dato.
Si una conversación se transforma en una guerra entre blanco o negro o entre quien tiene más poder, la intención no es buscar la verdad, la intención es pasar por arriba y aplastar al otro. 
Está bueno jugarse, está bueno formar parte de un grupo, un partido político o lo que sea, pero no al punto de creer que todo se define en términos de blanco o negro, de buenos o malos, de nosotros y los otros.
Lamentablemente se ha hecho habitual la práctica de ‘matar’ al que tenemos enfrente buscando sus puntos flojos, su pertenencia a un determinado sector político o, simplemente, inventando para dejarlo en offside. Ponemos mucho empeño y esfuerzo en hablar más fuerte y en lograr la chicana más efectiva y poco esfuerzo en definir políticas públicas y en tener un diagnóstico de qué nos pasa. 
Si uno toma todos los datos que le sirven para fortalecer su postura e ignora los que no le vienen bien, está buscando ganar pero corre el riesgo de pifiarle, de no entender bien que está pasando aunque lo haga desde la mejor buena voluntad. Por ese camino se puede llegar a la pésima lectura de que nuestro país tiene 4,5% de pobreza como dice el INDEC o que el narcotráfico es una situación puntual que sólo se da en Rosario.
Con el análisis político se da la misma situación: leer todo en términos de peronismo –antiperonismo, gorilas o no gorilas y hasta hacer un análisis de kirchnerismo– antikirchnerismo es un error. La sociedad está mucho menos dividida de lo que se cree y el reclamo mayoritario está asociado con la necesidad de vivir mejor, sin tantas idas y vueltas, con reglas claras y sin la sensación de que cualquier cosa puede pasar.
Hace rato que el gobierno está entendiendo mal lo que pasa en la sociedad, hace rato que no está comprendiendo que las personas tienen vida propia más allá de lo que diga la política y lo que transmitan los medios de comunicación. La discusión por el relato, los significados y los marcos ideológicos nos ha alejado de la diaria, de la mirada sobre cómo viven las familias y los argentinos en su día a día.
Se ha sobrevalorado el impacto de las mejoras sociales en la vida cotidiana y, entonces, cuando el consenso social no es el esperado se avanza en un conflicto que tiene poco que ver con los intereses, ambiciones, sueños y esperanzas de la mayoría de los que vivimos acá.
Esto no quiere decir que uno no tenga que ser jugado en las posturas que adopta, en los criterios que lo guían. Quiere decir que si todo lo transformamos en blanco o negro, en los que están de un lado y los que están del otro, vamos a lograr formar parte de un grupo de pertenencia pero no vamos a poder superar la mirada del adolescente que constituye su identidad en la confrontación con los demás. 
Vale como ejercicio para la política pero, también, para la vida: no se trata de aplastar al otro para hacerse fuerte, se trata de entender bien dónde estamos parados y a dónde tenemos que ir. 
Si uno logra eso en su vida, deja de ser adolescente y empieza a ser adulto. Si lo logramos como país, empezaremos a transitar un camino de mayor madurez y responsabilidad.