lunes, 4 de marzo de 2013

La inclusión de los jóvenes es la prioridad


Por Daniel Arroyo

En los últimos años, una parte de los adolescentes en nuestro país ha recuperado su vínculo con la política y la idea de que a través de la participación se construye futuro, pero la mayoría de los jóvenes se encuentra aún desenganchado de lo público con la idea de que uno tiene que arreglarse como puede y sin la expectativa de que la participación construye futuro.  Las representaciones no pasan tanto por las instituciones (escuela, organizaciones sociales o partidos políticos) sino por referencias individuales: tal maestra que es alguien “piola” para conversar, un pibe de la esquina que tiene legitimidad, un cura, algún  técnico del club de barrio, etc.

De todos modos, pueden verse cuatro situaciones diferentes entre los adolescentes, los que ni trabajan ni estudian, los que trabajan, los que trabajan y estudian y los que sólo estudian. Más allá de las diversas situaciones sociales, la mayor parte de los jóvenes tiene poca expectativa sobre las instituciones, la idea de que lo aprenden en la escuela no se vincula mucho con el mundo laboral y sí creen, como se ha dicho, en referentes específicos.  Allí hay que buscar a los “tutores” que ayuden a los adolescentes a recuperar sus vínculos..  

También es necesario distinguir la situación de los jóvenes de los grandes centros urbanos de los que viven en el interior del país. En los grandes centros urbanos se vinculan diversas cuestiones que cruzan trabajo precario, violencia y falta de oportunidades.  En las localidades más pequeñas el problema central de los jóvenes es la falta de oportunidades y la necesidad de migrar de sus lugares para acceder a mejores servicios y más oferta laboral. Una situación adicional que complica claramente es que la mitad de los jóvenes desocupados tienen secundario completo y la mitad no. Con lo cual no queda claro que el mecanismo de ascenso social pase por la escuela y si el chico que consigue un trabajo precario cuando vuelve al barrio gana menos que el que vende droga o que el que está asociado a la política, se complica aún más la idea de que el ascenso social pasa por la escuela.

El debate sobre el número de jóvenes que no estudian, no trabajan o lo hacen en forma precaria (1,5 millones, 900 mil o 400 mil) no debe hacernos perder de vista el punto central: la inclusión de los jóvenes es nuestro desafío más importante. 

Aquí sí se trata de jóvenes 16 a 24 años que están sin hacer nada o que entran y salen del trabajo y de la escuela con frecuencia.  No tienen problemas con la tarea sino con la rutina del trabajo.  Lo difícil no es entender qué hacer, sino ir a trabajar todos los días ocho horas, en parte porque muchos no han visto trabajar ni a sus padres ni a sus abuelos. 

La misma situación se da en la escuela, en donde el desafío es sostenerse, evitar el desenganche y la abulia.  Por eso es necesaria una reforma que revise los objetivos de la escuela secundaria y los vincule con los sectores productivos y los intereses de jóvenes que incorporan muy rápido las nuevas tecnologías. 

El hacinamiento y las adicciones aumentan los problemas: un ciclo frecuente en los grandes centros urbanos es el de un chico que estando hacinado en su casa se va a la esquina porque hay más lugar y mejores condiciones, ahí empieza a consumir porque todos lo hacen y luego se endeuda. Y allí es cuando se le acerca alguien a ofrecerle cualquier alternativa. Esta es una realidad de la que muchos son víctimas y se completa con una creciente estigmatización que los identifica como culpables de la inseguridad.  

El Estado da respuestas con acciones significativas como la Asignación Universal por Hijo y los Programas Más y Mejor Trabajo y Conectar Igualdad.  El sector privado financia más de 10 mil becas educativas este año y las organizaciones sociales han extendido redes de acompañamiento escolar y capacitación laboral.

Sin embargo, el problema es de una escala mayor.  Se requieren nuevos instrumentos, muchos recursos, articulación de acciones y una política de Estado.  De allí la necesidad de avanzar en algunas líneas:

Fondo de Inclusión Joven:   se podría crear un fondo con recursos estatales y aportes privados para concentrar allí el financiamiento tanto de proyectos productivos, culturales y de servicios como educativos y de apoyo a organizaciones sociales que trabajen con jóvenes.  Se trata de contar con recursos económicos concentrados y de escala para atender al grupo social más crítico.

Red de tutores: es clave generar una red de tutores con personas que tengan legitimidad, una maestra que tiene buena llegada, algún pibe de la esquina, un referente barrial o religioso. Se trata de potenciar una red de tutores creíbles a los que los jóvenes sientan que no deben fallarles y que los ayuden a sostenerse en lo laboral o en la escuela.  La clave es acompañar y generar espacios de capacitación y entrenamiento en función de sus perfiles y preferencias.

Derecho al primer empleo: una política central es promover el derecho al primer empleo a través de exenciones impositivas a las actividades productivas que incorporen masivamente a jóvenes.  Debería ser un derecho que actúe como una política laboral permanente de estímulo fiscal a las empresas que contraten formalmente a jóvenes. 

Masificación del microcrédito: los jóvenes no acceden al crédito bancario por falta de garantías. La masificación de los sistemas de créditos con montos pequeños favorecería la vocación emprendedora y el desarrollo de innovaciones productivas.  El desafío es llegar con tasas de interés subsidiadas para jóvenes que tengan buenos proyectos, apostar a la calidad de sus ideas. 

Escuelas de oficios locales: es necesario trabajar paralelamente los problemas de oferta y de demanda.  La conformación de escuelas de oficios es una alternativa importante para la inserción de muchos jóvenes en la economía social ya que se trata de una formación dinámica, flexible y, sobre todo, vinculada a la producción local.

La idea de que los adolescentes y los jóvenes son el futuro es buena si logramos que tengan presente.  Desarrollar acciones que realmente impacten sobre sus vidas cotidianas, recuperen el sentido del esfuerzo y la búsqueda del progreso, es la prioridad que nos permitirá construir la Argentina del mañana.



[1] Presidente de Poder Ciudadano. Ex Secretario de Políticas Sociales de la Nación y ex Ministro de Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires. Autor del libro “Las Cuatro Argentinas”.