miércoles, 11 de enero de 2012

La agenda de la RSE para la Argentina que viene

(publicado en la revista EMPRESA, Nº 204, Dic 2011/Enero/ Febrero 2012)

* Por Daniel Arroyo

Tras ocho años de crecimiento sostenido, la economía argentina atraviesa un momento único de sus dos últimos siglos de historia. La creciente demanda internacional de alimentos por parte de los países del BRIC –especialmente, China e India- marca la tendencia de que el país seguirá su marcha ascendente en los próximos años. Si bien la actual crisis internacional marca algunas señales de alerta, que deberán ser tenidas en cuenta, se trata de una oportunidad excepcional, que brinda a los argentinos la posibilidad de dar un salto sustentable en la mejora de la situación social.
Una agenda de desarrollo social para la próxima década debe avanzar sobre diez ejes centrales. El primer punto, sin duda, es la pobreza estructural, que encuentra sus territorios más críticos especialmente en el NOA, el NEA y el conurbano bonaerense. En segundo lugar, se debe avanzar en políticas que combatan la informalidad y la precariedad laboral, que afecta a casi cuatro de cada diez argentinos. Tercero, las brechas de la desigualdad, que son particularmente profundas en los grandes centros urbanos.
Otro de los puntos clave de la agenda pasa por la inserción de los jóvenes de 16 a 24 años que ni estudian ni trabajan; y que, más allá de las cifras, se trata de un sector de la población que sufre no sólo la ausencia de oportunidades laborales y educativas sino también la falta de un horizonte que les permita proyectar sus vidas en el futuro. No sirven los programas aislados para resolver esta situación. Es un problema de mayorías que se resuelve con planes de gran escala, con una política en la estén involucrados todos los sectores de la población, bajo el liderazgo del Estado nacional.
Muchas veces, las situaciones de pobreza tienen que ver con la imposibilidad de acceder al capital. Por eso, en el caso de los pequeños emprendedores y los cuentapropistas, hay que repensar un sistema de crédito flexible y masivo, que permitan la renovación de las maquinarias y las herramientas con las que trabajan. El apoyo al cuentapropismo debe ser considerado un elemento clave, porque son los sectores que más posibilidades tienen de salir de la pobreza rápidamente y generan nuevas fuentes de trabajo en las propias comunidades.
También queda claro que es necesario masificar el acceso al crédito a la vivienda para aquellos sectores que, aún trabajando, tienen ingresos insuficientes para lograr la financiación que requieren. Y, en el mismo sentido, el sexto punto radica en la extensión de los planes de infraestructura social y vivienda, que deben apuntar a la generación de espacios con mejor calidad de vida en los grandes centros urbanos, donde se conjugan problemas como el hacinamiento, la adicción, la violencia y la estigmatización de los jóvenes.
Por otra parte, hace falta avanzar en las estrategias de fortalecimiento de los niveles de atención primaria de la salud que eviten la sobrecarga en los hospitales. También hay que apuntar a la mejora de la calidad educativa, achicando las diferencias crecientes que se están observando entre ciertas escuelas privadas y las escuelas públicas. El noveno eje pasa por la descentralización de recursos a los gobiernos locales. Y, finalmente, por el fortalecimiento de las organizaciones de la sociedad civil, transfiriéndoles recursos para que puedan encarar sus propias acciones.

LA RESPONSABILIDAD SOCIAL
La escala de los problemas consignados requiere que el desarrollo social no pueda ser considerado sólo como un instrumento del Estado, sino que necesita del apoyo de todos los actores de la sociedad. Para ser realmente eficientes y tener verdadera incidencia territorial, las políticas sociales y de desarrollo local deben ser el resultado de la interacción entre el Estado, las empresas y las organizaciones de la sociedad civil. Resulta fundamental contar con el compromiso, la participación y la colaboración de todos los actores, con sus diversos recursos y la diversidad de sus puntos de vista.
En la Argentina, la responsabilidad social empresaria ha evidenciado un gran crecimiento en los últimos años, con mayor presencia del actor privado en la perspectiva de la inclusión social. Haciendo un análisis de lo ocurrido en las últimas décadas, se pueden observar tres grandes etapas del desarrollo de la RSE en el país. La primera etapa se vivió hasta el 2001, donde no había una experiencia de intervención estructurada, sino compromisos aislados de algunas empresas, acompañando el desarrollo de las comunidades locales. La segunda, luego del 2001, permite registrar que muchas empresas adoptan de forma efectiva y eficiente el esquema de la RSE. Es una etapa caracterizada por la asistencia y el apoyo directo para intervenir ante la emergencia y la magnitud de la crisis que vivía la Argentina por esos años.
En la tercera etapa, que comienza hacia el 2007 y vivimos en este momento, las empresas comienzan a trabajar sobre la promoción; y, básicamente, se centran en el otorgamiento de becas, microcréditos y capacitación laboral. Es en este momento cuando este enfoque empieza a tener impacto, contribuyendo de manera significativa en trasformar la realidad. En este esquema, se abren nuevos desafíos para la RSE en la Argentina, que pasan por lograr sustentabilidad en las acciones encaradas; el apoyo a las organizaciones que tienen legitimidad; y la experiencia de trabajo en las comunidades. En la Argentina hay 80.000 organizaciones sociales, y uno de los desafíos del sector empresario es apoyarlas con financiamiento y capacitación, para empoderar y fortalecer la sociedad civil.
Entre los problemas principales que tienen los sectores empobrecidos se destaca, en primer lugar, el retraso tecnológico. Es decir, personas que realizan actividades productivas o de servicios que tienen, en general, maquinarias obsoletas. En segundo lugar, y como consecuencia de la problemática anterior, existe también una falta de capacitación, ya que dicho retraso tecnológico no le permite utilizar las herramientas y maquinarias actuales. Y en tercer lugar, el sector informal en la Argentina carece de vínculo con el sector privado a través de cadenas de producción reales, “creándose” un circuito económico a nivel local y barrial.
Esta situación genera que un sector social importante de la población tenga dificultades de inserción en el mercado laboral actual. Hay un núcleo importante de personas del sector informal de la economía vinculadas “al mundo” del trabajo pero a partir de la precariedad. Pueden destacarse en este sentido, oficios varios (pintores, albañiles, plomeros, herreros, etc.) como también pequeños emprendedores que realizan alguna actividad de tipo productiva (textil, alimenticia, etc.). De todos modos, es un sector con dificultades para mantener una continuidad, previsión social, salud y condiciones regulares de trabajo. Estos sectores, además de estas problemáticas, tienen otras que hacen al retraso tecnológico y a la vinculación con las cadenas productivas. El sector privado, a través de acciones desarrolladas en el marco de la RSE, tiene un rol muy importante para vincularse con este sector y potenciarlo con estrategias de encadenamiento productivo, de asistencia técnica y capacitación.

CADENAS PRODUCTIVAS
En este contexto, debe entenderse el rol de la RSE como instrumento para mantener enlaces horizontales y transversales entre la economía formal y social, y a su vez, realizar un acertado diagnóstico acerca de las características de la economía de la zona, los potenciales recursos materiales y humanos ociosos de la misma. Así, los mecanismos que pueden incorporarse a la RSE son los siguientes: la conformación de cadenas productivas, la incorporación de proveedores, la asistencia técnica y la capacitación.
En cuanto al primer instrumento, es importante destacar que la desarticulación de unidades productivas reduce su potencial para hacer un mayor aporte en la generación de empleos y la distribución equitativa de los ingresos. En consecuencia, es necesaria una vinculación entre emprendedores, y de éstos con las unidades productivas que permitan la construcción de redes de apoyo mutuo, y sobre todo, que deriven en la construcción de un proyecto de desarrollo basado en capacidades y recursos regionales que generen un círculo virtuoso de crecimiento e inversión, en donde el empresariado asuma un rol activo y de respaldo financiero.
Las cadenas productivas que articulan el sector privado y la economía social inciden directamente en la elaboración de un producto final. La cadena permite así diversos niveles de procesamiento, transporte, comercialización e industria, alcanzando varios productos acabados en el nivel del consumidor, logrando una sinergia de actores promotores del desarrollo económico.
Esto puede permitir una integración vertical, en la cual se articulan distintos eslabones de una cadena productiva; o bien, horizontalmente a través de una asociatividad entre emprendimientos y empresas de un mismo eslabón, procurando mejorar sus canales de comercialización y/o producción. Muchas actividades serán más efectivas y menos costosas si se realizan en forma asociativa, logrando de esta manera optimizar las estructuras de costos individuales y las capacidades de innovación productiva, para mantener el posicionamiento competitivo en el mercado e impacto socioproductivo. La RSE se hermana con la idea de la densidad productiva, la generación de valor agregado y la inversión genuina.
El segundo elemento a visualizar en relación a la RSE, es la posibilidad de otro tipo de articulación económica a través de las cadenas de proveedores. Estas permiten a los emprendedores vincularse a la economía a través de su inserción como proveedores de bienes y servicios para el sector privado. Esta simbiosis puede “estandarizar” la producción, la calidad, la comercialización y permitirles a los emprendedores la adaptación a nuevas tecnologías, como así también, la diversificación de la oferta y el mejor aprovechamiento de los recursos físicos y humanos disponibles, con miras a aprovechar la demanda que solicita el sector privado.
Un último aspecto relevante es la capacitación y asistencia técnica por parte de las empresas. Este aspecto tiene una estrecha vinculación con el fortalecimiento de la economía social y las iniciativas que surgen de ella misma. El objetivo es que el sector privado pueda aportar apoyo técnico que potencie la capacidad de los diferentes emprendedores. Muchos cuentan sólo con su propia capacidad de trabajo, así el resultado se ve reducido por la escasa formación general sobre el sostenimiento y organización de una actividad productiva. Otros, en cambio, cuentan tal vez con bienes o insumos, pero necesitan mejorar su situación, optimizando sus canales de producción y/o comercialización.
También puede formar a los emprendedores acerca de temas generales relacionados con la producción económica y su comercialización, orientando la actividad hacia el conocimiento de la cadena de valores de los productos, al aprovechamiento en forma comunitaria de los recursos e insumos existentes, al mejoramiento de la organización y coordinación de los grupos humanos para la producción en escala, como así también hacia cuestiones legales e impositivas que posibiliten la comercialización en circuitos comerciales formales.
En definitiva, el área de responsabilidad social empresaria debe ocupar un lugar central en las estrategias de concertación entre los actores, en donde se debate el modelo de desarrollo para una región o una localidad. El objetivo es incorporar al empresariado a una idea de bien común, eliminando las viejas dicotomías agro-industria, Estado-Mercado, economía formal-informal, con una visión de desarrollo que cree mecanismos decisorios con el consenso de la mayoría de los sectores, teniendo como objetivo la construcción de una sociedad integrada. Si el Estado, la sociedad civil y el empresariado trabajan de forma conjunta, podemos llegar sin pobreza ni indigencia a la Argentina del 2020.